Cuando me dispuse a escribir sobre la ciudad y el tiempo, desde el principio tuve en claro una cosa: considerar esto último no como algo fijo, inamovible, un mero concepto divisible en pasado, presente y futuro. La idea de convergencia de distintos tiempos me permitía no solo acércame de una forma distinta a la ciudad a través del relato, sino también rescatar cierto aspecto de la ciudad que parecía haber pasado desapercibido por otros autores. Si bien la idea de un pasado activo, capaz de manifestarse en un presente, no es nueva, sí lo es si nos centramos en analizar cómo distintos tiempos se fusionan en un único momento contemporáneo con características mixta.

El pasado, si bien siempre presentó esa ambigüedad de poder sentirlo lejano y próximo, puede llegar a estar tan presente como el propio presente. De hecho, el pasado no necesita del recuerdo ni de cualquier ligadura con el presente para manifestarse. Está allí, en las ruinas del Partenón de la Grecia contemporánea, en los edificios con diseños y arquitecturas medievales, como las iglesias de estilo gótico, compartiendo el espacio con construcciones modernas, en los monumentos a aquellos hombres y mujeres que hoy comparten el mismo suelo con las nuevas generaciones. La ensayista argentina, Beatriz Sarlo, afirma que

“[…] se narra, o se remite al pasado a través de un tipo de relato, de personajes, de relaciones entre sus acciones voluntarias e involuntarias, abiertas y secretas, definidas por objetivos o inconscientes.” [1]

¿Cómo construimos la ciudad?, ¿cómo nos acercamos a ella? Talvez, lo más maravilloso que pueda tener el ámbito urbano es la infinidad de representaciones que se le pueden atribuir. Miramos la ciudad, y no solo vemos en ella lo que nuestros ojos atrapan con la luz. Un sin fin de símbolos y elementos están presentes, dándole sentido a los aspectos más ínfimos que se esconden y escapan dentro de la ciudad, construyendo una identidad propia, un lenguaje, el cual nos permite comunicarnos con ella. El historiador literario y lingüista, Paul Zumthor, considera que las distintas generaciones que se van sucediendo encuentran las formas para hacer frente a los desordenes que agitan y desgarran la materia social en las ciudades. Si por un lado, la guerra, un incendio, los conflictos sociales, etc., alteran la integridad de la ciudad, en el otro extremo, la continuidad de las costumbres locales mantiene su identidad. El autor sostiene que

“La ciudad constituye un lenguaje a cuya escucha están, de forma mas o menos distraída, los que allí viven; lenguaje aparentemente incoherente, en el que se combinan, en virtud de un orden particular y secreto, varios sistemas simbólicos. La ciudad permanece y, en la imagen que nos hacemos de ella, apenas queda alterada.” [2]

Acercase a la ciudad (y a su condición temporal) requiere que entendamos a ésta como un relato, un universo de historias que ocurren – que ocurrieron y ocurrirán, también –  simultáneamente. Roland Barthes, escritor, ensayista y semiólogo francés, veía a la ciudad como un discurso que constituía un lenguaje propio; “la ciudad habla de sus habitantes, nosotros hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en la que nos encontramos, sólo con habitarla, recorrerla, mirarla.” [3]

En el ámbito urbano, donde prevalece una multitud de voces, el tiempo será reconstruido de tantas maneras como relatos existan. Cada historia narrada tiene el privilegio de jugar con la temporalidad de los personajes y los hechos ocurridos. En la ciudad, donde los tiempos se fusionan y conviven contemporáneamente, son los narradores quienes construyen una linea de tiempo en sus relatos para dar sentido a las historias que pretenden contar. Esta construcción no es más que una guía que intenta ordenar el tiempo de tal forma que los acontecimientos sigan una lógica. Sin embargo, cada historia, cada representación de la ciudad, elaborará su línea de tiempo cómo mejor se ajuste al relato.

Paul Ricoeur, filosofo y antropólogo francés, sostiene que

“La reconsideración de la historia narrada, regida como totalidad por su manera de acabar, constituye una alternativa a la representación del tiempo como transcurriendo del pasado hacia el futuro, según la metáfora bien conocida de la “flecha del tiempo”. Es como si la recolección invirtiese el llamado orden “natural” del tiempo. Al leer el final en el comienzo y el comienzo en el final, aprendemos también a leer el tiempo mismo al revés, como la recapitulación de las condiciones iniciales de un curso de acción en sus consecuencias finales.” [4]

Para Ricoeur, entonces, el tiempo se hace tiempo en la medida en que éste se articula, se materializa en un relato, y a su vez, ésta narración alcanza su plena significación cuando se convierte en una condición de la existencia temporal: “la temporalidad es llevada al lenguaje en la medida en que éste configura y re-figura la experiencia temporal.” Pues no existe el pasado en su completitud, o dicho en otras palabras, no existe pasado que no siga ligado al presente. Más que hablar de pasado, debemos hablar de lo que pasó, como todo aquello que no está originado ahora, pero sí da paso (y muchas veces es condición) al nacimiento de algo nuevo. Por supuesto, captar el tiempo en el plano de lo real es tarea imposible para el hombre, como así también desprenderse de lo que acontecido. Pero no existe un pasado, como tampoco existen civilizaciones pasadas; lo que existen son unas civilizaciones sobre otras, nuevas ciudades construidas sobre las bases de otras, pero sin embargo, aquello que fue, sigue estando hoy, latente, no sólo como espectador sino también como actor del presente.

A través del relato, entonces, será posible recuperar esta fusión de tiempos, con un sujeto que utilice la narración como recurso para interpretar la ciudad en su dimensión temporal híbrida. Cada individuo será narrador de distintas historias, siempre con una mirada subjetiva sobre la ciudad. Del pasado, entonces, se podrá escribir y hablar, sin suspender o eliminar el presente, mucho menos descarta el futuro. La unión de estos tiempos, en un momento contemporáneo, deja rienda suelta para las historias más increíbles: así, podemos encontrar al propio Jorge Luis Borges en su relato “Sentirse en muerte” [5],  narrando un recorrido nocturno por el barrio de Barracas, donde los cambios de la vida urbana parecen haberse detenido “en el mil ochocientos y tantos”, y donde, confiesa, se sintió como muerto, “un percibidor abstracto del mundo”, un lugar donde el tiempo se hallaba inseparable de “un momento de su aparente ayer y otro de su aparente hoy”. Adolfo Bioy Casares, por su parte, recurre a la repetición de un pasado en el presente en su cuento “El perjurio de la nieve”. En éste, un periodista, de nombre José Luis Villafañe, viaja circunstancialmente hacia un pueblo del interior. Un inconveniente con su automóvil hace que el hombre deba alojarse en un hotel del pueblo, donde comparte la habitación con Carlos Oribe, un poeta imitador. En su itinerario por el pueblo, descubre una misteriosa casa habitada por Vermehren, un viudo bastante mayor, y sus hijas: Lucía, Ruth, Adela, Margarita y Eugenia. En la casa, los habitantes se reúnen todas la noches en torno al árbol de Navidad. Poco después, José Luis descubre el secreto de la misteriosa vivienda: Lucía, una de las hermosas hijas de Vermehren, está condenada a muerte por un mal incurable. Su padre decidido, entonces, detener el paso del tiempo, haciendo que en su casa todos los días transcurran iguales a sí mismos. Al conocer a la muchacha, el joven periodista se enamora de ella, pero cuando la joven le entrega su amor, muere. Atormentado, en total estado de ebriedad, José Luis le contará su extraña aventura a Carlos Oribe, quien hace suya la historia y trata de convencer tanto a los demás como a sí mismo del hecho. Vermehren, furioso, sabe que el intruso es el culpable de la muerte de su hija. Como Carlos Oribe dice ser él mismo quien vivió tales acontecimientos, tras perseguirlo, Vermehren lo asesina. De esta forma, Bioy Casares utiliza la fusión temporal a través de un pasado que permanece presente. Pronto la realidad, para la familia de Vermehren, será desarticulada tras la llegada del extraño a la vida de Lucía. Un aspecto del presente, entonces, entra en contacto con un pasado – también presente – y ambas dimensiones conviven, no sin generar consecuencias fatales.

Otro ejemplo lo encontramos de la mano de la escritora argentina Chuny Anzorreguy, en su novela “Espejo de sombras”, que narra la historia de María, una señora mayor, miembro de la elite de Buenos Aires, que guarda un gran secreto familiar. A la espera de su octavogesimo cumpleaños, María debe aprender a vivir su presente con los fantasmas del pasado que la atormentan y la acompañan en su vida diaria por la ciudad. Fantasmas que, por momentos, cobran la forma de sus seres más queridos, ya difuntos. A su vez, el personaje debe enfrentar la mirada de un espejo que, en ocasiones, le refleja su propia imagen más joven. Entre este ir y venir, María conversa con su pasado y reflexiona sobre su vida y su presente.

En el cine, por su parte, encontramos una larga lista de ejemplos que reflejan la idea de hibridación temporal: desde las paradojas temporales en las películas de ciencia ficción, donde personajes del pasado interactúan con sujetos y hechos del presente, hasta la comedia romántica Groundhog Day en donde el protagonista vive todos los días el mismo día. Incluso el “rosebud” de Citizen Kane refleja esa angustia y nostalgia pasada, manifestada en un presente, y materializada en una sola palabra. El cine argentino, por su parte, no es ajeno a aportar ejemplos: desde la adaptación cinematográfica del libro de Bioy Casares antes mencionado, pasamos a Déjala correr, una comedia juvenil en donde el protagonista lograr captar y retroceder en el tiempo todo lo que su filmadora capta. Ajeno al cambio temporal forzado, el protagonista interactúa con los personajes y las situaciones  de manera que un presente (él) entra en contacto con un pasado que se hace presente a la manera que el protagonista desea. Recientemente, Fantasmas de Buenos Aires cuenta la historia de un joven que, al entrar en contacto con el fantasma de un tanguero muerto en la década de 1920, acepta alojar el espíritu de dicho hombre en su cuerpo por un día. El resultado consiste en apreciar cómo el fantasma recorre el moderno Buenos Aires, chocándose constantemente con cosas que no comprende, valorando su nuevo presente en base a sus valores y conocimientos del pasado.


[1] Sarlo, Beatriz. Cap. I: Tiempo pasado en Tiempo pasado: cultura de la memoria y giro subjetivo, Argentina, Siglo XXI, 2005

[2] Zumthor, Paul. Cap VI: La ciudad en La medida del mundo, Madrid, Cátedra, 1994

[3] Barthes, Roland, Conferencia organizada por el Instituto Francés del Instituto de Historia y de Arquitectura de la Universidad de Nápoles, n° 53, 1970

[4] Ricoeur, Paul. Cap. III: Tiempo y narración en Tiempo y narración I, México, Siglo XXI, 2004

[5] Borges, Jorge Luis. Cap II, Nueva refutación del tiempo en Otras inquisiciones, Argentina, Alianza, 1997

Cha chán, cha chán

24 marzo, 2010

Si la ciudad es un menú de historias que pueden tan solo construirse con voces, bajo tierra, entonces, todas ellas se mezclan en una ensalada de diálogos que cortan e interrumpen a otros, gritos que llaman la atención de destinatarios inesperados y desprevenidos, avisos y ventas que ya son parte de la rutina, pedidos que generan indiferencia, y más. Personas que toman palabras de otras personas que a su vez tomaron palabras de otras; chismosos y callados que cuelgan de los hilos de conversaciones ajenas.

Nunca faltarán las dos señoras que aturden al pasajero vecino con sus comentarios, los mayores que encuentran en algún joven una oreja, o dos, para hablar sobre tiempos pasados, aquellos que siempre permanecen mudos al resguardo de su intimidad, los que se quejan del servicio, los que se quejan del país, los que reniegan su vida…¡cuánta amargura viaja en el transporte publico! ¡Cuántas caras largas se miran unas a otras! Los que viven para no saber “a dónde vamos a terminar” son mayoría. ¿No sería mas positivo pensar “a dónde vamos a seguir”?

Un “soy no vidente, no tengo trabajo” se completa con miradas prejuiciosas y pies que se repliegan frente al desgraciado; mitad para darle paso, mitad por rechazo.

El “hablé con el abogado” parece causar menos impacto que el “te odio, no te quiero ver más” de una jovencita desdichada.

Le traigo en ésta oportunidad” da el paso para un mar de reacciones (algunas atenciones, mucha indiferencia). Mientras, en cada estación, empujones que anteceden a insultos, cuerpos que se empeñan en aferrarse al piso y permanecer como estatuas en el poco espacio que se ganaron dentro de la lombriz mecánica. Y entonces sí, cada 5 minutos, perdón, permiso, ¿bajás en la próxima?, ¡dejen bajar!, corréte o te corro, y así.

Atención, sube una embarazada. La ausencia de oferta de un asiento parece llamar la atención de las señoras, que ahora se callan. Quedan en silencio, a la espera de un gesto de caballerosidad. Una mujer se levanta y gentilmente le pide a la otra que se siente. Las miradas acusadoras, cien por ciento femeninas, apuntan ahora hacia los hombres jóvenes. Ellos se excusan mirando el techo o el suelo. Algún que otro se hace el dormido.

Suena el timbre, todos suben, o quienes hayan podido hacerlo, y la ensalada humana continua con su incesante cuchicheo que parece no agotarse. Gente que parece vivir para viajar, que se queja pero está acostumbrada al roce con lanas, pieles y sudores. Las voces nunca viajan solas. Bajo tierra, hacen eco entre rieles y metal, entre vidrios que rebotan las miradas de aquellos que buscan el reflejo de otros ojos, de otros rostros. De fondo, un cha-chán, cha-chán que varía con la velocidad. Aunque haya espacios y momentos para el silencio, siempre quedan huellas de palabras, de diálogos que nunca concluyen, sino que esperan al siguiente pasajero para seguir su curso.

Sola

19 marzo, 2010

Hay días, sí, hay tardes también, en las cuales las noches se vuelven mas largas. Y así, como de la nada misma, el cielo negro se vuelve a rosa oscuro, y abraza de frio gris los rostros de los mortales. Y lejos, a lo alto, se escucha al viento componer una canción. La brisa pronto se hace tormenta y con ella, la luz se hace presente.

Tambores.

Tambores y furia.

La naturaleza habla y nos mira. Omnipotente con su diversidad, ominipresente con su belleza. Princesa, diría Joaquín, ahora es demasiado tarde. La lluvia no cesa y el patio se hace charco. Te mojas, inocente, y tu vestido se hace piel sobre la carne que tanto deseo. Juegas a escaparte de esas gotas que dan vida a tu cara, a tu pelo. Amor, que no se ama dos veces, como no existe dos veces el mísmo río.

Cuántas ruinas deja la furia, cuánto dolor aqueja al corazón del abandonado. Del dolido. Del traicionado. Del mentido. Siempre.

Siempre a la espera de un cambio. Miras hacia el frente, a través de la ventana. ¿No quisieras escapar lejos?, ¿acaso no escuchas cómo afuera te llaman? Has de saber ahora que eres libre de irte, de huir, de dejarlo todo. Eres libre. No llores por el amor. Algún día te hará libre también.

El amor, sólo el verdadero amor, es aquel que regresa a las personas que se han ido. Lo demás será alegría, risas, lágrimas, pasión, paciencia o compañía, pero lejos está del amor.

Porque puedes amar más de una vez, pero nunca amarás igual. Nunca.

Y mientras esperas, la angustia te agobia.

Afuera, la lluvia.

En tus ojos, las deshoras.

Qué ironía

18 marzo, 2010

Nada despierta más sospechas en el pueblo que la pareja de jóvenes menos esperada. Ella es fea, de eso no hay duda. Pocos se atreven a llamarla o mirarla a los ojos. Ni pensar en dedicarle algún piropo. Halagos le faltan y burlas le sobran. Y sin embargo no se comprende como aquél pudo enamorarse de tan desdichada silueta.

“¿Acaso su ceguera lo ha vuelto loco?, ¿Qué pensarán en su familia?” se preguntan las vecinas de la calle San José durante su apreciada hora del té por la tarde.

Él tan galante, ella tan bajita; él tan pasional, ella apenas lo imita. Pero allí están, bajo la luz del día, el amor y la mentira juntos de la mano.

Poco les importa lo que de ellos se diga.

SEGUNDA TEMPORADA

18 marzo, 2010

POR EL BULEVAR DE LOS SUEÑOS

Segunda Temporada

Las amarguras no son amargas,
Nostalgia absurda del alm
a,
La risa ciega a veces calma,
Crispa de viejo el corazón.

Artículos para el hogar

18 marzo, 2010

Señora…

Sea usted precavida en el devenir de su vida, pues llegará el momento en que deba lidiar con el invento más complejo que haya existido jamás. Sin ánimos de adquirirlo, tocará a su puerta sin previo aviso, y a pesar de su apariencia inservible y su naturaleza no comestible, servirá de adorno para el hogar. Enchúfelo, enciéndalo, es posible que tarde en responder y de procesar su pedido. Si bien el modelo es el mismo, existen series distintas y para todos los gustos: algunos elegantes y robustos como muebles de algarrobo, otros entretenidos y cuadrados como la misma televisión, útiles y baratos como un encendedor. Los hay también lentos y monótonos como cafeteras, pesados y fríos como heladeras, molestos y ruidosos como un despertador, prácticos y reutilizables como un secador.

Consejo: no pierda su tiempo reclamando a la fábrica por las fallas del producto. Ésta defenderá su creación con uñas y dientes bajo el lema “mi producto es el mejor”. Y a propósito de las fábricas, estos artefactos experimentan una extraña crisis existencial al ser despachados, hecho que despierta una curiosa originalidad por tratarse de un producto que demanda más atención de la que ofrece.

Tras su compra recuerde que debe darle cuerda día por medio. Esto se debe a que fue exclusivamente diseñado para que viva dependiendo de usted. No olvide adiestrarlo pues su comportamiento es un tanto rebuscado (tenga cuidado, no lo confunda con su fiel perro ya que éste sin duda conoce la cualidad mencionada). Así como el ventilador, suele dar reiteradas vueltas sobre lo mismo. Su velocidad de razonamiento no es privilegiada y de vez en cuando se aconseja golpearlo un poco (¡igual a su alfombra de piso!) y sacudirlo para reacomodar su sistema. De ser necesario, déjelo un tiempo fuera de su casa hasta que se le quite el mal olor y su humor ciclotímico pase.

Afortunadamente incorpora pocos botones, ventaja que también se entiende como desgracia ya que representa la escasa diversidad de tareas que puede realizar. Los multifunción, claro está, ya no se fabrican. Así es como mientras algunos asimilan la actividad de una podadora de jardín, otros interactúan con otros aparatos no del todo gratos e igual de limitados. La limpieza nunca ha sido su fuerte dado que el agua y el jabón pueden dañar sus circuitos. En invierno su función se asemeja al de las estufas, necesarias para combatir el frío. Advertencia: no abusé de él y sepa cortar la llave de gas a tiempo.

En cuanto al cuidado, dele de comer alimento balanceado ya que apenas pasadas tres décadas de su puesta en marcha comienzan a tener un desgaste físico que puede resultar desagradable a los ojos. Sin embargo, una cualidad los reagrupa: en el corto o en el largo plazo todos son desechables. Mujer, no pierda su tiempo buscando piezas o talleres de reparación, recuerde que usted vive en plena sociedad de consumo y renovación.

Para olvidarte de mi

12 marzo, 2010

Cuando me haya ido.
Cuando no esté más a tu lado.
Cuando muera.
Cuando sea sólo un recuerdo.

Mirarás la luna y pensarás en mi.
Verás a través de ella mis ojos y llorarás.

De día seguirás tu rutina, la gente te notará contento,
y tu piel a menudo rozará otro cuerpo.
Pero por las noches, cuando el sol se haya apagado,
mi luz inundará tu vida una vez más,
y tu mente traerá del pasado mi boca junto a la tuya,
mis brazos sobre los tuyos,
nuestra piel siendo una.

Estés con quien estés, habrá un momento,
tan sólo un momento,
en que dejarás de lado tu rutina,
atrás al hombre de tu compañía,
y mirarás el cielo.

De pena y agonía, alzarás las manos,
e intentarás, aunque sepas que es en vano, alcanzar la luna.

Soñarás tocarla, como una vez lo hiciste,
desearás tenerla, como una vez la tuviste.

Llorarás.

Porque las noches te llenan de recuerdos vivídos,
de momentos compartidos y tiempos perdidos.

¿Cuánto has pedido al dejarme?
¿Cuántos días han pasado ya de aquella tarde de julio?
Fría, celeste…de amargo celeste.

¿Dónde estás? te preguntarás.
Y solo, dentro tuyo, susurrarás con pena,
bajo un triste «vuelve, por favor» que hará eco en tu alma.

Y la luna brillará con más intensidad,
será tu sombra, tu agobio, tu condena.
Atrás quedarán los días en que la luna lo era Todo.

Para olvidarte de mí, deberás volver a nacer,
porque he dejado mi brillo en tu piel,
mi marca en tu ser,
y cada vez que el viento me traiga tus lágrimas,
sabré que piensas en mi.

Y entonces, algún día…

Nostalgia

11 marzo, 2010

Ay, son raros los buenos aires que sacuden la ciudad. ¿Dónde está aquél? ¿A dónde se ha ido él? ¿Qué fue de aquellos? ¿Dónde están? ¿Dónde? Cuánta pena, m’ hijo, cuánta angustia de pecho abierto, de corazón temible. Un fantasma vaga errante, se refugia en el hueco de la entrepuerta, y entre calzadas y piedras, va cortando su silueta los brillos del empedrado. Por allí un último tranvía que anda solo, sólo en una rueda, y las ventanas calman la pena de su solitario eco perdido en la ciudad. Mientras queden vías, aún rodará muy lentamente, como un bandoneón que de repente se alarga al andar, pues nadie le ha fijado recorrido al silencio de un nido vacío, tan sólo está en su andar, nomás, tan sólo es su destino. Se escabulle debajo de un muro descascarado, se lo escucha en el bostezo de algún barrio olvidado, se lo ve bajo el polvo que cubre un tango angustiado. Allí está, naciendo como flora que brota entre baldosas y cordones, sobre los jardines de las aceras, en patios con aljibes y balcones con flores y enredaderas. Sigue su camino, por el imaginario de un paisaje gris, veranos calientes al caer el sol, fríos bajo una sepia borrosa, vecinos sobre la vereda, puertas y ventanas abiertas. ¿Dónde quedó la vida de los barrios? Talvez en algún canto, en los ojos de los mayores, en los espejos que aún reflejan tiempos mejores, en casas donde todavía se matea, en sombreros y vestidos, en rincones escondidos; en algún nostálgico que, como yo, se pregunte «¿dónde quedó la vida de barrio?»,  y se conteste «en algún viejo libro, en algún solitario camino, en el corazón de algún individuo perdido».

Lluvia

11 marzo, 2010

De Borges,

Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

De mi puño y letra,

La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”. Lluvia que acaricia en mi mente los recuerdos, acompañada por el sereno golpeteo de tus gotas en una tarde joven de la infancia. Una siesta en la cama, un abrazo a la almohada, un cielo frió y gris. Compañera de pasatiempos, de corridas imprevistas. Escucho tu llegada serena o desenfrenada y la nostalgia me invade. Todavía es ayer cuando inundaste mi colegio con tu ira. No puedo, sin embargo, dejar pasar la ocasión para agradecerte y culparte. Lo primero por cortar varias veces mi rutina; ¿quién no esperaba la lluvia por la mañana para evitar el sacrificio de levantarse e ir al escuela? Lo último, por hacerme pasar largas noches mirando a través de la ventana, impaciente, a la espera de mi padre. Tu locura lo retrasaba, y durante esas horas juro que te odié.

La lluvia ya no será la misma, pues ha aprendido de nosotros, y en cada arribo cambiamos con ella. Lluvia bajo el matiz del gris, espejo de nostalgia, de ecos internos, de calma y ansiada tormenta. Compañera solitaria, estar solo y no estarlo.

Lluvia,  dulce frio en la piel.

Perfume de mamá

11 marzo, 2010

Si de algo estoy seguro, cuando miro las fotos familiares, es que no existen mejores ni peores tiempos vividos. Todos son distintos. ¿Qué escucha uno decir siempre al abuelo? “¡Que tiempos aquellos!”. Y en toda su nostalgia, en toda su experiencia de vida acumulada, reconozco que algo de razón tiene. Hubo momentos, como en la vida de cada persona, que marcaron un antes y un después en mi. Cuesta mirarlos objetivamente porque dejaron su huella a fuego en mi historia. ¿Por qué digo todo ésto? Será que abrir los cajones del pasado me revive sensaciones que a veces creo perdidas. Sí hay algo que la gente quiere, es olvidarse por completo de los malos momentos vividos. Pero lo que no saben es que éstos están atados a sentimientos que hoy en día pueden hacernos bien. ¿Olvidarse por completo? No lo creo. Una foto nos remonta a aquellos años felices de la infancia, el sabor de una comida nos recuerda los gustos vividos y a las delicias familiares, y un olor puede recuperar del pasado aquello que se perdió. Mientras esas pequeñas cosas se conserven, el mal momento dará lugar a la esperanza. En ésto creo hoy, y en ésto creía yo cuando era niño, solo que en aquél entonces el mundo que me rodeaba era aún incomprensible para mi.

Me gustan las fiestas en familia. La tía con sus palabras que solo a ella hacen reír, la abuela con sus tortas caseras, mis tíos que suelen llevarme a pasear por el centro donde siempre ligo algún que otro chocolate. Hoy es día en familia, muy temprano para mi gusto. Papá me despertó justo cuando el abrigo de las sabanas me mantenía calentito. Me vistió con mi mejor ropita, me peinó y salimos. A él no lo vi muy bien arreglado. Llevaba la ropa un poco desprolija e incluso no se sacó esos pelos de la cara que me pinchan cada vez que me da un beso.

Mamá no vino con nosotros. Seguro se quedó en casa poniéndose todas esas cosas de nenas: pinturas en la cara, colgantes, pulseritas, y un poquito de su perfume que tanto me gusta oler. Mamá siempre sonreí en las fiestas. Ella me contó varias veces que le gustaban mucho éstas reuniones y que la familia era lo mas importante que ella tenía. “En realidad primero vos y luego la familia” solía aclarar dándome un beso fuerte en la mejilla. Muchas veces mamá se queda en casa preparándose y llega unos minutos después de nosotros al lugar donde se juntan todos.

Éste lugar es chiquito, no tan grande como otros que conocí. No es la casa de ninguno de mis tíos, sino un salón donde hay algunas sillas, un pasillo, una mesa y nada más. La verdad es que la pancita me hace ruido pero nadie parece estar comiendo. De seguro están esperando a mamá.

La abuela tampoco está, seguro se quedó en casa ayudando a mamá. Hace ya varios días que se queda con nosotros. Me lleva al jardín, me prepara la comida, juega conmigo haciendo dibujos y otras cosas que antes solía hacer yo con mamá. Ahora ya no puede, “está muy cansada” me dice papá, por eso yo voy a hacerle compañía a su cuarto y me acuesto al lado de ella, abrazándola hasta que juntos nos quedamos dormidos.

Ya la extraño, ¿cuándo llegará? A veces me cuesta reconocerla porque desde aquí abajo los grandes se ven todos iguales. Pero siempre encuentro la manera de dar con ella. Ahora es más fácil porque mamá es la única de todas las nenas que están aquí que no lleva esos largos pelos sobre la cabeza. Su cabeza es mucho mas linda y redonda, como una pelota blanquita. La única que se parece a ella es mi primita Sofía que todavía no habla ni camina, y duerme en su cunita porque es un bebe. Su color y su piel suavecita me recuerdan a mamá. Pero algo que nunca falla es el perfumito de mamá. Al olerlo sé que estoy en manos de ella.

Por el único pasillo que hay en el salón veo gente hablando en voz bajita, como si no quisieran hacer ruido. Más allá del pasillo están mis tíos sentados, pero no parecen prestar atención que estoy aquí. Papá me sentó hace un ratito en un banco largo sin respaldo. No se por qué pero mucha gente que no conozco se me acerca para darme un beso o acariciarme la mejilla o, lo que es más molesto, frotarme despacito la cabeza y desarreglarme el pelo, que muy pacientemente vuelvo a acomodar.

Papá me prometió que iba a volver pronto pero todavía no consigo verlo. Pero lo que sí veo, algo que antes no llamó mi atención, es la mesa que está frente a mi en otra habitación sin puertas. Más que una mesa, parece una cuna grande. Curioso, me levanto, y ante las miradas con ojos grandes y abiertos de las personas que están allí, me acerco a la cuna. De repente, un feo silencio. Ahora todas las miradas apuntan a papá que se encuentra justo detrás de mi. “¡Uy!, ¿qué hice? – pienso – No rompí nada ésta vez. Seguro papá se enojó porque no me quedé sentado como me pidió”. Doy media vuelta y lo veo. Pero no parece estar enfadado conmigo. Su cara está triste, sus ojitos más que nada. De un momento a otro me levanta con sus dos brazos y me abraza. Nunca me dio un abrazó tan fuete, pero me gusta. Con un beso suyo en mi frente, y aun yo con los pies en el aire, me dice:

– ¿Querés saludar a mamá?

Con tanta confusión no me di cuenta que mamá ya había llegado.

– Si – le respondo.

Al instante su cuerpo y el mío avanzan dos pasos hacia la cuna.

Allí está, tan linda como siempre. Vestida con una ropita blanca que envuelve todo su cuerpo, como una capa grande que usan los superhéroes. “Está dormida” dice papá, pero “¿por qué?” me pregunto por dentro. “Mamá me dijo, antes de que se durmiera, que te diga que te ama con todo su corazón y pidió que nunca te olvides que vos sos lo mas importante para ella” me dice papá, con algunas gotitas que salen de sus ojos. Sé que soy lo mas importante para ella, muchas veces me lo dijo entre abrazos y besos. Ahora su carita no está triste, tampoco feliz. Tiene la sensación de estar descansado profundamente. “No hay que despertarla” – pensé –“está muy cansada”.

Aquél día el calor de mama se extinguió. Con llantos que continuaron durante varias hora más, papá y yo fuimos al cementerio y luego a casa donde me acostó para que pudiera descansar. Las sabanas, recuerdo bien, ya estaban frías. Tenía que darles calor de nuevo, algo que mi mamá hacía poniendo todos mis peluches a dormir conmigo y colocando una mantita sobre mis pies. Esperé a que sucediera, pero el tiempo pasaba, el sueño me vencía y finalmente mamá no apareció. Me levanté en busca de la manta y la coloqué sobre la parte que ocupan los pies. Tomé a mis amigos de peluche y los tiré sobre la cama, excepto uno que sostuve en mi mano (ahora que lo pienso, el último regalo que me hizo mamá). Me acosté nuevamente abrazado al osito y cerré los ojos.

A lo lejos, en otra habitación, reinaban los murmullos, que se confundían con llantos y suspiros. En mi cuarto, el silencio lo cubría todo. En la cama, el calor comenzaba a asomarse como escudo al acecho del frío. Y dentro mío, el recuerdo del perfume de mamá se confundía con la idea de que ya nada sería como antes.